Mariano Rajoy le encarga a su
vicepresidenta el que ha sido el asunto más complejo y duro de esta
legislatura: la gestión del desafío catalán y el desarrollo del nuevo modelo de
financiación autonómica.
Lo hace entregándole las
competencias que antes pertenecían a Hacienda y que se integrarán en el nuevo
Ministerio de Presidencia y para las Administraciones Territoriales. Pierde Sáenz de
Santamaría la portavocía del Gobierno con la que se convirtió en la cara.
Desarrollando su perfil
comunicador explicando decisiones tan duras como los recortes de impuestos o con los numerosos
escándalos que han salpicado a compañeros de partido, además de los procesos
judiciales en los que está inmerso el Partido Popular.
Santamaría refuerza su
papel como mano derecha de Rajoy para apagar todo tipo de fuegos. Un perfil que
salió reforzado en crisis como la del ébola. La número dos del Gobierno mantiene la única
vicepresidencia con la máxima confianza del presidente.
De hecho, Rajoy decidió
que era su mejor sustituta en el debate a cuatro con los candidatos a la
presidencia de Gobierno. Una leal todoterreno que no dudó en sacrificar
incluso su vergüenza en El Hormiguero para hacerle la campaña a su jefe Rajoy.