El 19 de agosto de 1989, el diario 'El País' publicaba la noticia. "El Patrimonio Nacional ha puesto en conocimiento de la autoridad judicial la desaparición de tres pequeños cuadros, dos de Diego de Velázquez y otro atribuido a Juan Carreño de Miranda, valorados en 275 millones de pesetas, que se custodiaban en el palacio Real de Madrid, en un área cerrada al público" describía el periódico.

Días después, el diario 'ABC' ofrecía más detalles. "En Palacio todos son sospechosos, no han sonado las alarmas ni el sistema de detección registró nada. Los ladrones se habrían desplazado por Palacio como Pedro por su casa", relató en su momento un responsable de Patrimonio Nacional.

La Policía Nacional, que calificó de curioso el robo, sigue investigando a día de hoy dónde están estos tres cuadros: dos Velázquez, una Cabeza de dama y una Mano del retrato del arzobispo Fernando Valdés (fragmento de una composición perdida), y un Busto de dama de época de Carlos II, de Juan Carreño de Miranda, según especifica Gloria Martínez Leiva, Doctora en Historia del Arte por la UCM y directora-fundadora de InvestigArt.

Y 34 años después,el libro 'King Corp', escrito por José María Olmo y David Fernández, desvela dónde estarían dos de esos cuadros. En el libro, se cuenta que la mano derecha del rey Juan Carlos I por aquel entonces, Sabino Fernández Campo, contó a un allegado antes de morir que había visto dos de esos cuadros robados decorando la pared de una de las amantes del exjefe del Estado. Así lo desvela José María Olmo, coautor del libro que arroja sorprendentes capítulos sobre la vida del padre del actual monarca, Juan Carlos I.

Otro curioso tema relacionado con el exmonarca tiene que ver con relojes. "Juan Carlos es un adicto a los relojes, le gustan mucho y mucha gente le regalaba relojes. Los que no le gustaban se los hacía llegar a una joyería de confianza y los convertía en dinero. Los vendía para, entre otras cosas, poder comprar regalos a sus amantes", avanza el otro autor del libro, David Fernández.

Esos relojes deberían haber pasado a formar parte del catálogo de Patrimonio Nacional, pero el rey emérito no lo veía así. Según el libro, pensaba que los relojes eran parte de su retribución por su desempeño como rey, y por eso nunca comunicó esos regalos.