Desde tierra firme, ya a salvo, Maha Al Abdullah recuerda el duro viaje que hizo para huir de la guerra. "Cuando veo el mar, sólo veo el viaje de la muerte. En la barca había más de 50 personas y hasta que no vimos la arena y la playa no estuvimos tranquilos".

En su nueva casa, ya con una sonrisa muestra los endebles chalecos que llevaron sus tres hijos, de 9, 6 y 4 desde Turquía hasta Grecia. Llegaron a Tesalónica y un desangelado pabellón fue su hogar durante cinco meses: "Los primeros días fueron los peores, nos duchábamos con agua fría, la comida era mala, no eran condiciones, no se podía vivir allí".

Sin intimidad, lo intentaban con mantas, dormían en literas metálicas, que tenían que cubrir con plásticos para protegerse de los excrementos de las palomas que caían del techo. Por suerte Hugo y Alberto y su asociación se cruzaron en su camino. Maha se integró como una voluntaria más, recogiendo las necesidades de otras refugiadas y creando un lazo irrompible entre ellos.

"Queríamos ir a Alemania para reagrupación familiar, pero nos encontramos con Hugo, vimos la solidaridad del pueblo español y decidimos ir a España", ha afirmado. Cuando la asociación se marcha, mantienen el contacto y se hacen una promesa: volverse a ver.

La han hecho realidad en Gijón, donde comienzan una nueva vida alejados de las bombas.