La misión del "hombre limpio" es fundamental. Es la persona que recuerda las instrucciones paso a paso y controla que sus compañeros lleven correctamente el Equipo de Protección Individual, conocido como EPI. Lo hace tanto en el momento en el que se lo ponen como en el que se lo quitan. Se le denomina 'hombre limpio' porque es el único que nunca lleva traje de protección. A veces, además, puede contar con la ayuda de otros compañeros.

El momento de la retirada es en el que de deben llevar más precaución para evitar un posible contagio. Tras desechar el primer par de guantes, las manos solo pueden tocar la parte interna del mono. Estos equipos se ponen siempre fuera del domicilio del paciente y, a veces, en el exterior del edificio, todo dependerá de la urgencia de cada caso.

Otro punto clave del protocolo es que, al inicio de cada intervención, solo entra la doctora o el doctor para exponer al menor número de sanitarios. Tras valorar al paciente, esta doctora o doctor decide qué compañeros pasan más y qué pruebas realizan.

El doctor Alonso Mateo es coordinador adjunto de trasplantes en la Comunidad de Madrid, un puesto que tuvo que dejar desde que estalló esta crisis sanitaria: "Desde el SUMMA me pidieron que empezara a apoyar haciendo guardias sueltas porque muchos compañeros estaban de baja por COVID-19".

Una cifra que ascendería, según los últimos datos del Summa 112, a unos 200 trabajadores apróximadamente. Entre ellos Miguel, quien se acaba de incorporar: "He hecho un par de guardias y, en principio, todo bien". También es muy importante que al inicio de sus guardias revisen el material de la UVI móvil.

Además, confiesan que se les ha hecho extraño tener que familiarzarse con todas estas medidas de precaución. "Llevo 15 años en la UVI móvil y nunca me había puesto un EPI, solo en la época del ébola y, en cambio, ahora en todos los avisos aunque no sea por COVID-19 lo hacemos", destaca Alonso Mateo.

También añaden que se enfrenta, constantemente, a una encrucijada cada vez que tienen que decidir si trasladar o no a sus pacientes al hospital. Y es que la evaluación riesgo-beneficio les resulta, dicen, un quebradero de cabeza.