Cerca de 200 personas, entre heridos y familiares de muertos en los atentados del 11M en Madrid, continúan en tratamiento psicológico semanal diez años después de la masacre, algunos incluso no se han subido a un tren desde entonces o sufren aún ataques de pánico con el ruido de ambulancias.

En total, 191 fallecidos y cerca de 2.000 personas resultaron heridas en alguna de las explosiones casi simultáneas de diez bombas en cuatro trenes de cercanías de Madrid el 11 de marzo de 2004, el mayor atentado en España y el segundo en Europa, después del de Lockerbie (Escocia) en 1988, que provocó 270 muertos.

Una década después todavía una persona continúa hospitalizada en estado vegetativo. Se trata de Laura Vega, que entonces tenía 26 años y se dirigía a su trabajo cuando le alcanzó una de las explosiones en la madrileña estación de Atocha, según ha confirmado la Asociación 11M Afectados por el Terrorismo. Tanto esta asociación, presidida por Pilar Manjón, como la AVT, con Ángeles Pedraza al frente, ambas perdieron a sus hijos en la masacre, agrupan entre sus asociados a un número significativo de heridos y allegados de fallecidos.

Hoy, casi 200 personas de ambos colectivos, la mayoría procedente de la AVT, acuden semanalmente a recibir ayuda psicológica por depresión, ansiedad o pesadillas, algunos tras abandonar el tratamiento que recibieron en su día y otros después de ver que no han podido solos superar lo sucedido. Incluso algunos han visto cómo sus síntomas aumentaban o reaparecían tras la tragedia del tren de Galicia el pasado verano, en la que fallecieron 79 personas y más de 150 heridos.

"Mucha gente víctima del 11M cree que se ha vuelto loca, no entiende cómo después de diez años sigue teniendo pesadillas o reexperimentaciones de lo ocurrido", explica Natalia Moreno, psicóloga de la asociación."Hay a quien el atentado les ha generado una inseguridad enorme. Miran quién camina detrás de ellos, nunca están de espalda a la puerta en un bar. Creen que les puede volver a tocar algo trágico", ha asegurado.

El sentimiento sin embargo que impera entre los familiares de fallecidos es otro. A muchos de ellos les invade la culpabilidad, el pensar "lo podía haber evitado" y, sobre todo, luchar contra la dificultad de aceptar que ese hijo, hermana o padre "no volvió a casa".