El banco suizo Mirabaud & Cie ocultó a sus empleados la identidad del titular de la cuenta millonaria en la que el rey emérito Juan Carlos I recibió en agosto de 2008 una transferencia de Arabia Saudí por valor de 65 millones de euros. Lo ha desvelado 'El País' a partir de la declaración del principal responsable del banco al fiscal suizo que investiga el caso.

La cuenta estaba abierta a nombre de la Fundación Lucum pero solo seis personas del Consejo de Asociados sabían quién era el beneficiario de la fundación y el contrato firmado se conservaba en una caja fuerte en el archivo central del banco a la que solo tienen acceso los máximos socios.

De acuerdo con el rotativo, el fiscal suizo interrogó al presidente del Consejo de Administración de la entidad, Yves Mirabaud, si "existían clientes que el departamento de Cumplimiento y el departamento jurídico no conocían". La respuesta: "Clientes, no, sí un beneficiario, a saber, el antiguo rey de España".

"La única razón por la cual se decide mantener la confidencialidad del nombre de ese beneficiario era la siguiente: se trataba de evitar una dispersión demasiado amplia entre los empleados con la intención de mantener la discreción", explicó el miembro del Consejo de Asociados.

Según Mirabaud, la apertura de la cuenta la hizo la empresa Rhone Gestión por mediación del gestor externo Arturo Fasana. Este se reunió con Antoine Boissier y con Pierre Mirabaud, otros altos cargos de la entidad. "Mirabaud (Pierre) y Boissier explicaron que se trataba de una donación del rey de Arabia Saudí a favor del rey de España, que los fondos procederían del Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí y que el embajador de Arabia Saudí en Estados Unidos había confirmado esos elementos al señor Fasana", exlicó Yves Mirabaud en su declaración.

"Diría que se trataba de una transacción más bien poco frecuente", abundó Mirabaud a preguntas del fiscal.

El banco canceló la relación comercial con Juan Carlos I y la cuenta en 2012, después de hacerse público el escándalo de la cacería de elefantes en Botsuana. Los dueños temían por la reputación de la empresa en el supuesto de que trascendiera su identidad.