No se les pone nada por delante, armados con mascarillas y chalecos amarillos, por tercer sábado consecutivo, han tomado las calles de París. Desde el aire, una marea amarilla mezclada con humo y desorden parece engullirlo todo.

Los Campos Elíseos se han convertido en un auténtico campo de batalla, más de 5.000 efectivos entre policías y gendarmes, con tanquetas, chorros de agua y gases lacrimógenos intentan mantener a raya a unos manifestantes que parece que no tienen ya nada que perder.

Además, ahora saben que más del 80% de los franceses están con ellos y esto les da fuerza. Al ritmo de La Marsellesa piden la dimisión de Macron.

El arco del triunfo es suyo, nadie puede acercarse, no están dispuestos a que se olvide su reivindicación: no quieren más subida de impuestos. El precio de los carburantes es desorbitado y acusan al Gobierno de ahogar a las clases medias.

La Avenida de los Campos Elíseos, la más emblemática de la capital francesa, permanece cerrada, la lucha es ya cuerpo a cuerpo. Hay heridos en uno y otro lado, el Gobierno galo desacredita las protestas y denuncia que la mayor parte de los manifestantes pertenecen a grupos violentos.