Los rohinyás huyen de nuevo de la violencia. Esta vez, en menos de 15 días, 270.000 personas han cruzado de Myanmar a Bangladesh.

"El 80% son mujeres y niños que necesitan comida, agua y refugio...", denuncia Blanca Carazo, responsable de Emergencias de Unicef España. Llegan exhaustos, en la frontera hasta las ONG reconocen que ya son demasiados y no dan abasto.

No les otorgan la nacionalidad, los niños rohinyás nacen y mueren sin dejar rastro. Para ellos, no existe la partida de nacimiento.

La violencia no es nueva. Durante años han sufrido ataques indiscriminados del Ejército. Este verano, un grupo de insurgentes rohinyás atacaba puestos de la policía desencadenando la respuesta de los militares birmanos, lo que las ONG califican como la peor "operación de limpieza"desde 2015.

En la calle, la población rohinyá habla ya de exterminio y piden ayuda a su presidenta y Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. Pero su respuesta ha sido vaga y para Amnistía Internacional, inadmisible. Las criticas le han llovido desde todas las organizaciones.

"Nos hemos visto obligados a abandonar la región porque las garantías de seguridad eran nulas", denuncia Carlos Riaza, portavoz de Acción contra el Hambre. Una catástrofe humanitaria de la que pocos se preocupan y que amenaza la vida de casi dos millones y medio de niños.