No era un país en guerra, era el corazón de París. Un vecino grabó las imágenes de las inmediaciones de la sala Bataclán, un antiguo teatro de la capital francesa, filmó lo que veía sin saber muy bien lo que estaba ocurriendo dentro.
Tocaba una banda de rock estadounidense cuando empezaron los disparos. Con el local abarrotado, cuatro personas, armadas con kalashnikov entraron y comenzó el fuego a discreción. Se oyó "alá es grande" y entonces se empezó a entender que era un ataque terrorista.
Al final, 90 personas perdieron la vida. Los terroristas llevaban cinturones de explosivos amarrados al cuerpo y todos murieron. Nadie lo sabía hasta entonces, pero esa noche París entera se había convertido en objetivo terrorista.
En el estadio de Francia, en plena disputa entre la selección francesa y alemana el estruendo del público no logró acallar las bombas. Hollande estaba allí, fue evacuado de inmediato. Las noticias eran confusas, hubo más atentados, más yihadistas andaban sueltos por la ciudad.
Las víctimas se acumularon, varias cafeterías parisinas fueron asaltadas por hombres armados. La angustia, el terror y el desconcierto corrieron por las calles de París. Esa noche, 130 personas murieron a manos del grupo terrorista Daesh. Luto riguroso en París y algo nuevo: una sensación de vulnerabilidad en el mismo corazón de occidente.