El mazazo con que se declara vacante la presidencia del Congreso estadounidense es un golpe de gracia. Bueno, de gracia no, porque deja a la institución en un histórico vacío de poder. El republicano Kevin McCarthy ha caído(del puesto) víctima de fuego (parlamentario) amigo.

Aunque el fuego no ha sido del todo amigo. La moción para echarle —lo nunca visto en la Cámara de Representantes estadounidense— ha salido adelante gracias a ocho de sus compañeros de Partido —radicales, trumpistas— que se han unido a los demócratas: 216 votos a favor, 210 en contra.

La moción, de hecho, la presentó este lunes un ultraconservador, Matt Gaetz. McCarthy ha intentado de todo para evitar que triunfara: incluso le ofreció a esos “rebeldescambiar las reglas y que un solo miembro de la Cámara pudiera iniciar una de estas “mociones de destitución”. La idea le ha salido por la culata. Y aunque en un principio la minoría demócrata —intuyendo los tejemanejes que había detrás— habían instado a no apoyarla, al final lo han hecho. Ni ocho meses ha cumplido McCarthy en el cargo.

McCarthy, víctima de su moderación

Su pecado es ser “el moderado que no convenció a nadie” —que así le llaman— y abrirse a negociar con los de Biden en temas clave, por la buena marcha y gobernanza del país.

“No me arrepiento de haber elegido que se pueda gobernar en lugar de sólo quejarse. No lamento haber negociado” decía, mostrando talante, ya destituido.

Se abre ahora un proceso que puede ser largo y caótico para elegir quien le sustituya como tercera autoridad de los Estados Unidos. Desde el Partido Republicano pretenden que sea —atención— Donald Trump. Tres de sus congresistas ya han presentado la propuesta. Un triunfo para él, sin duda, dicen los analistas.

Trump consigue ahora lo que no logró con el asalto al Capitolio

Y preocupante, apuntan: "Está consiguiendo ahora lo que no pudo hacer aquel 6 de Enero: apoderarse de la Cámara de Representantes", valoran desde la excelsa Universidad de Princeton. En una semana, el día 11, se vota.

El neoyorquino podría así conseguir saltar de presidencia en presidencia —del Congreso al Gobierno el año que viene, tras las elecciones— haciendo saltar por el camino normas y convenciones.