La vida en Járkov ahora está bajo el suelo. En la segunda ciudad más importante de Ucrania, con la que Rusia se ensaña desde el comienzo de la invasión, los vagones del metro se han convertido en viviendas improvisadas y los más pequeños hacen los deberes en los andenes.
En una de las estaciones del centro de la ciudad hay refugiadas más de 200 personas, entre ellas Andrei, que lleva 45 días bajo tierra. Según explica, cuentan con dos doctores que en ocasiones operan allí, convirtiendo los vagones también en quirófanos en los que no se utiliza anestesia.
Pero la vida en el exterior es imposible: los bombardeos contra Járkov siguen siendo constantes, en una ciudad asediada por los ataques rusos desde el primer día de la invasión. En las últimas horas, Moscú ha atacado un parque de la ciudad como si fura un peligroso objetivo militar, a pesar de que allí tan solo se veía un tiovivo.
Sus habitantes se afanan en proteger los monumentos que aún resisten para evitar que queden reducidos a escombros, como ha pasado en prácticamente toda la ciudad, donde pocas cosas quedan en pie. Las que lo hacen, no obstante, se aprovechan, como da cuenta la estremecedora imagen de un hombre que toca el piano entre los escombros: un símbolo de libertad que no se puede destruir.