Una niña siria llama,
desgarrada, a su padre tras ser rescatada por cascos blancos de entre los
escombros en Douma, uno de los reductos rebeldes a las afueras de Damasco, que ha
sufrido una docena de bombardeos en sólo unas horas.
Bombas que no dejan de
caer sobre escuelas y hospitales y que, denuncia UNICEF, han matado al menos a
una decena de niños y niñas sirios en los últimos días. Pero lo peor de esta
renovada ofensiva de Al Assad y sus aliados se lo está llevando, de nuevo,
Alepo, 300 muertos y casi un millar de heridos desde el jueves.
Muchos de quienes
sobreviven a los ataques, mueren después de hambre, víctimas del asedio. Una
táctica que Al Assad usa cada vez más, casi un millón de personas viven
sitiadas en Siria, el doble que hace seis meses.
Ante la flagrante
incapacidad del Consejo de Seguridad de la ONU, denuncia su propio jefe
humanitario. Una solución diplomática parece tan lejana como nunca porque el enviado
especial de Naciones Unidas se ha marchado de Damasco con el rechazo frontal
del Gobierno sirio a sus propuestas de paz.