Estaban ansiosos por festejar y lo hicieron aunque los cláxones y los vítores les sonaran mucho menos vivos que otras veces, porque sí ganaron y se vieron esas caras entregadas en los autobuses que se acercaban al centro. Hubo incluso quién se emocionó como en las mejores vítores de un Chávez que miraba desde cada rincón

Pero en el Palacio de Miraflores, donde Nicolás Maduro le habló a los suyos, se notaba cierta decepción transparentada incluso en un ganador que se esforzaba por avivar las brasas heredadas. “Capriles yo te dije, te lo dije públicamente, si yo pierdo por un voto te entrego mañana, pero no es así, he ganado por casi 300 votos, es la decisión del pueblo”, proclamaba

Menos de 300.000 votos, en realidad, no llega a 235.000 la diferencia. Una victoria ajustada que el rival ni siquiera ha reconocido porque dice que ha habido más de 3.000 irregularidades.

Capriles pide una auditoría sobre la que se tiene que decantar el Consejo Nacional Electoral que ya ha dicho que no hay marcha atrás.

La oposición dice que ha habido fallos inasumibles, como que la tinta se borrara con cloro, o que se hayan organizado caravanas electorales chavistas con recursos públicos. Y que estas irregularidades han decantado una victoria que para Maduro es casi un laberinto político.

Tendrá que luchar contra la inflación, el paro, la violencia y la falta de lo más básico en medio de un país dividido que anoche sonreía y cantaba en una esquina, mientras otros lloraban en la de enfrente.