El presidente ruso vive "sumido en la paranoia". Está "patológicamente asustado por su vida", temiendo constantemente ser asesinado, y pasa sus días encerrado en una burbuja, evitando móvil e internet Sólo se informa por su núcleo duro, lo que le convierte en un "completamente aislado del mundo".

Quien confirma todo esto es (o mejor dicho, era) un capitán del Servicio de Seguridad ruso de más alto rango, cercano en su día al propio Vladimir Putin. Su nombre es Gleb Karakulov, y a sus 36 años desertó de Rusia al empezar la invasión de Ucrania. No duda en calificar a su antiguo jefe de "criminal de guerra".

Asegura que Putin lleva dos años sin salir prácticamente de sus casas, autoproclamados "búnkers". También contribuye otro motivo: el coronavirus. Dice que el mandatario tiene "pánico mortal" a contagiarse del COVID-19.

Además, siempre según Karakulov, los guardas le adoran casi como un Dios... y prueban todo lo que va a ingerir. Siempre que puede, tira de videoconferencia para evitar desplazarse. Y para cuando no le queda más remedio que desplazarse, Putin ha hecho que todo en Rusia esté diseñado para despistar y ocultar su verdadero paradero en todo momento: tiene una red de trenes secretos, oficinas clónicas en distintas ciudades...

Aun así, este desertor descarta las teorías que se han comentado en los últimos meses sobre que Putin padecía algún tipo de enfermedad terminal: "Si tiene algún problema de salud, debe ser debido a su edad. Bueno, probablemente los tenga. Pero no es nada demasiado serio, supongo", sentencia.

Karakulov fue uno de los primeros altos mandos en desertar por la invasión de Ucrania y espera no ser el último. "Me gustaría dirigirme a los oficiales rusos, incluidos los oficiales de la FGS: tienen información que no se transmite por televisión. Yo sólo he visto una pequeña parte de ella. Venid, apoyadme (con más pruebas)", les pide.

Él lo tuvo claro: no podía seguir, dice, al servicio de un criminal tan obsesivo como temeroso y borracho de poder.