Los taconeos hacían temblar las gradas y los pañuelos blancos y amarillos, colores del Vaticano, se agitaban en el aire; la emoción cultivada en el Aeropuerto de México finalmente provocó una explosión de júbilo cuando el papa Francisco se asomó por la puerta del avión.

El fervor de los gritos de entusiasmo mitigaba el frío que recorría el hangar presidencial. El clamor que pedía la bendición, proferido por los asistentes desde que el pontífice salió de la aeronave, se hizo más fuerte hasta que Francisco se desvió de su camino por la alfombra roja de la pista para acercarse a las gradas para bendecir al público.

Fue el momento que coronó el entusiasmo que los mexicanos desprendían por la llegada del que es el primer papa latinoamericano, que permanecerá en el país hasta el 17 de febrero.

Horas antes, sombreros, paraguas, gorras, cartones y papeles fueron objetos imprescindibles para burlar el intenso sol que bañaba las gradas. Las olas y los gritos espontáneos, especialmente de los más jóvenes, se sobreponían a las canciones utilizadas como telón de fondo para la espera.