Los cadáveres se amontonan en las calles de Derna. El ayuntamiento se atreve a calcular ya más de 20.000 muertos. Cinco días después del paso del ciclón Daniel, el aire comienza a ser irrespirable. La descomposición lo impregna todo. En Libia, estado en sí descompuesto, falta de todo. Incluso bolsas para los cuerpos.
El riesgo de epidemias se acrecienta y voluntarios y servicios de emergencia no dan abasto. “El Estado no puede con esto. La comunidad internacional se tienen que ocupar”, insiste un vecino de Derna.
Aunque el mundo entero quiera volcarse, no es fácil, aseguran los expertos. El país, literalmente fracturado y precipitado por un abismo de caos y pobreza, cuenta con con dos Gobiernos en pugna armada y con más milicias y señores de la guerra que instituciones o servicios públicos.
"Cuando se pretende dar algún tipo de ayudo no está claro cuál es el interlocutor válido", asegura desde el Instituto de Conflictos y Acción Humanitaria Jesús Núñez. Las instituciones son tan disfuncionales que no lanzaron las alertas meteorológicas que hubieran evitado la mayor parte de las muertes, según Naciones Unidas.
Al parecer, tampoco subsanaron las conocidas deficiencias de las presas que se rompieron y que liberaron 30 millones de metros cúbicos de agua. En un día llovió 260 veces lo que llueve en un mes. Así, los expertos aseguran que era imposible que resistieran a semejante tromba.
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Pese a todo, muchos libios de a pie se quedan hoy con aquello de que las tragedias unen mucho y están arrimando el hombro ante esta, inenarrable.