Carmela llegó hace dos años a Estados Unidos con sus cuatro hijos menores huyendo de los cárteles de la droga de México que mataron a su hermano y a dos de sus sobrinos. Ella y su hija también fueron agredidas por los narcos.
Por eso pidió asilo, pero se lo han denegado y ahora el servicio de inmigración de Estados Unidos ha ordenado que sean deportados: "A pesar de conocer mi historia y el peligro que corremos si regresamos, me quieren deportar a mí y a mi familia".
Para evitar que les detengan ha buscado refugio en una iglesia de Filadelfia, donde llevan viviendo más de un mes. "Carmela y su familia son bienvenidos aquí durante el tiempo que haga falta hasta que se haga justicia", explica Renne McKenzie, pastora de la iglesia.
Se trata de una de las más de 800 instituciones religiosas que han plantado cara a la política migratoria de Trump ofreciéndose como lugares seguros para los migrantes.
"Es la forma en que las comunidades muestran su solidaridad con los que están en mayor peligro", afirma Jeff Johnson, reverendo de una capilla luterana que también está acogiendo a inmigrantes.
Millones de personas corren el riesgo de ser deportadas. Desde que Trump tomó posesión, los arrestos de migrantes en situación irregular han aumentado un 40%.
En su empeño por vincular inmigración y delincuencia, el presidente acusa a estos espacios seguros de proteger a los criminales: "Nuestras ciudades deberían ser santuarios para los estadounidenses, no para los extranjeros delincuentes".
Pero ellos no se rinden y dicen que seguirán amparando a quienes sólo buscan una vida mejor.