Hoy es el día. Brasil decide si mantener a Jair Bolsonaro como presidente del país o si decide volver a depositar su confianza en Lula da Silva, como apuntan la mayoría de los sondeos del país. Ya en la primera vuelta, fue Lula quien se impuso al actual presidente, sin obtener la mayoría suficiente como para no tener que acudir a esta segunda vuelta.

En esa primera toma de contacto con las urnas, la distancia ya fue de seis millones de votos, pero Bolsonaro logró más apoyos de lo que las encuentas pronosticaban. Ahora, el clima es derrotista con Bolsonaro, que ha llegado a pedir que se posponga la cita electoral alegando, sin pruebas, haber sido perjudicado por distribución de propaganda electoral en las estaciones de radio del Nordeste.

La denuncia fue desestimada por el Tribunal Superior Electoral por carecer del más "mínimo indicio de pruebas". Descontento con el fallo, Bolsonaro volvió a lanzar insinuaciones golpistas y se reunió de urgencia con altos mandos militares, anunciando que iría "hasta las últimas consecuencias" en este asunto.

Lo cierto es que, pese a todo, el líder del Partido de los Trabajadores es el gran favorito para imponerse en la noche de este domingo. En las últimas semanas, expresidentes conservadores como Fernando Henrique Cardoso, José Sarney y Fernando Collor de Mello han mostrado su apoyo a Lula, así como líderes de la izquierda en Europa, como Pedro Sánchez.

Al igual que hiciera en primera vuelta, Lula ha enfatizado que la cita de este domingo no es una cuestión entre dos hombres, ni de dos partidos, sino de democracia contra fascismo. La retórica golpista de Bolsonaro ha sido definitiva para que sectores tradicionalmente contrarios al Partido de los Trabajadores hayan decidido decantarse por el antiguo líder sindical.

¿Qué Brasil gobernará a partir de mañana?

Bolsonaro aspira a permanecer otros cuatro años al frente de Brasil tras una primera legislatura marcada por su gestión negacionista de la pandemia, sus ataques continuos a las instituciones democráticas, el pábulo que ha dado a las noticias falsas y una vuelta con la que no contaba, la de Lula da Silva. Bolsonaro, de 67 años, ha prometido que seguirá con las mismas políticas de los últimos cuatro años, en especial aquellas relacionadas con la privatización de empresas estatales estratégicas, como la energética Petrobras, con la que espera hacer posible una de sus promesas de campaña, tener el combustible más barato del mundo.

Representante de los sectores más conservadores de Brasil, no ha escondido nunca su admiración por la dictadura militar brasileña (1964-1985), ha ido pasando por una decena de fuerzas políticas hasta que a finales del año pasado se unió a las filas del Partido Liberal para poder lanzar su candidatura.

A lo largo de estos cuatro años Bolsonaro ha hecho de la lucha contra la corrupción su principal bandera política y se ha presentado en campaña como el autor de que el país haya logrado reducir la pobreza gracias a los programas de ayudas sociales que garantizan apoyo financiero a las familias pobres, aunque estas apenas duraron unos meses en plena pandemia.

Su gestión de la crisis sanitaria ha sido ampliamente criticada tanto fuera como dentro del país, tanto que ocasionó una investigación parlamentaria que concluyó que habría cometido hasta nueve delitos. No solo minimizó su alcance, llegó a calificar la enfermedad de "gripecita", sino que además recomendó el uso de remedios ineficaces por delante de la vacuna, cuya compra retrasó.

El presidente brasileño encara sus aspiraciones de reelección con al menos seis causas pendientes en el Tribunal Supremo y el Tribunal Superior Electoral, organismos contra los que ha intensificado en los últimos meses sus ataques, coincidiendo con la recuperación de los derechos políticos del expresidente Lula.

Los grupos que más rechazan a Bolsonaro son los desempleados, los negros, los estudiantes, los jóvenes y las mujeres, un sector, este último, que su equipo de campaña ha intentado seducir sin éxito a través de la figura de la primera dama, Michelle Bolsonaro, el perfil de mujer --cristiana evangélica conservadora que rechaza la agenda feminista-- en el que todavía puede rascar a algunos votos.

¿Reconocerá Bolsonaro una derrota?

El miedo a que no reconociera los resultados de estas elecciones ha estado sobrevolando desde hace varios meses, coincidiendo con la salida de prisión del expresidente Lula y con ello la recuperación de sus derechos políticos.

Poniendo en tela de juicio el sistema electoral, Bolsonaro ha calentado los ánimos entre la parte más extrema de su electorado, por lo que ahora el temor está en que se produzcan posibles episodios de violencia electoral, más después del caso de su antiguo aliado en el Congreso del que reniega ahora, Roberto Jefferson, quien recibió a tiros a la Policía cuando iba a ser detenido por violar las condiciones de sus arresto domiciliario.

La euforia que se había instaurado en el cuartel general de Bolsonaro en las últimas semanas coincidiendo con una mejora en los sondeos quedó en nada hace unos días cuando la última encuesta de Datafolha mostró el desgaste que habría sufrido.