La Policía griega dispersa a medio millar de migrantes y refugiados de la frontera greco-macedonia. Pretendían salir de un campamento improvisado con la esperanza de cruzar hacia Macedonia del Norte.
Rompen el cordón policial y se enfrentan con los agentes, que no dudan en usar gases lacrimógenos, contra niños y mayores. Los menores, asustados, lloran por la irritación que los gases le generan en sus ojos.
Los padres intentan proteger a sus hijos, dejan los carritos tirados y cogen a los pequeños en brazos. Creen que la frontera se abriría, en las redes sociales lleva días circulando el rumor de que les permitirían el paso y podrían seguir hacia Europa. Pero se ha tratado de un bulo. La frontera sigue cerrada.
"¿Cuánto tenemos que esperar, una semana, dos, tres, un mes, dos meses, tres meses?", se pregunta un migrante. Miles de migrantes llevan varados desde que llegaron a Europa en 2015, años viviendo en tiendas de campaña con pocos recursos y sin agua potable.
En medio de la marea de violencia dos niños entregan flores amarillas a los agentes. Lejos del miedo, buscan una oportunidad, sólo una esperanza.