Los inspectores de la OPAQ, la organización para la prohibición de las armas químicas, llevan una semana en Siria, pero su trabajo, servirá de poco.

"Dentro de unas semanas habrá un tal informe, dirá que hubo ese uso de armas químicas pero desgraciadamente ahí quedará todo", Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudio de Conflictos ACC Humanitaria.

No es la primera vez que entran en el país ante pruebas de un posible ataque con armas químicas, pero en esta ocasión lo hacen hasta 10 días después de la agresión.

Suficiente para limpiar la escena del crimen de quien sea el asesino. Un informe que, como en otras ocasiones, no servirá para señalar culpables.

Aunque tampoco parece interesar a nadie, la coalición no esperó a sus conclusiones para atacar. Otra pantomima, dicen los expertos. "Lo que se le está diciendo al régimen es 'puede seguir matando con armas convencionales, porque no vamos a intervenir mucho más allá de lo que se acaba de hacer en los últimos días", añade Núñez.

Para el mundo Siria ya es un juguete aburrido y viejo. Siete años, 12 millones de desplazados y medio millón de muertos después, volvemos al punto de partida: Al Assad ha vencido. La hipocresía política le ha ganado el pulso a la defensa de los derechos humanos. Naciones Unidas deja al descubierto en Siria, su escasa posición de fuerza en los grandes conflictos.

Mientras Guterres se desgañita recordando lo importante que es mantener la paz y la seguridad mundial. Los que se juegan su vida por ayudar a otros, reconocen que en terreno, Naciones Unidas funciona.

"El trabajo con las agencias de Naciones Unidas es efectivo, se trabaja y se comparte información de forma diaria, asegura Rodrigo Sergueira, coordinador de Médicos en el Mundo en Siria. Otra cosa es su estamento político: lento, obsoleto y con demasiado intereses.