La última campaña contra los tiroteos en centros escolares empieza como un anuncio inocente de vuelta al cole, pero de repente se ve que algo se tuerce.

En ese momento, la chaqueta nueva se convierte en el último recurso para bloquear la puerta y el monopatín reluciente, en un martillo improvisado para romper el cristal. Las tijeras y los bolígrafos pasan a ser la única defensa contra un arma automática y los calcetines recién estrenados, un torniquete para tu compañera.

Así, sin miramientos, exige esta campaña de la fundación Sandy Hook Promise que se actúe contra los tiroteos en las aulas con medidas que se comprometan desde arriba con políticas en programas de prevención y control de armas, y que no se deje la cuestión en el terreno de maestros y alumnos.

El objetivo es que no sean ellos, como muestran los simulacros en escuelas de todos el país, quienes aprendan a hacer de su clase un búnker o a reanimar a los posibles heridos a hacerse los héroes saltando sobre un tirador armado.

Unos simulacros y recomendaciones, que según denuncian las organizaciones a favor de controlar las armas, solo maquillan el horror. Y es que ocho niños mueren al día de media en Estados Unidos en tiroteos.