Su cuerpecito, consumido por el hambre, no pudo más. Jamila ha sucumbido a una infección tratable en cualquier otro país. Su enfermedad empezó poco antes de que estallara la guerra en Yemen, y empeoró con ella.

Su padre cuenta que en los hospitales por los que pasaron no tenían con qué tratarla, colapsados como el resto de las instituciones y finanzas yemeníes. Cuando llegaron a la unidad de malnutrición, también con pocos recursos, era demasiado tarde.

Como Jamila hay medio millón de niños yemeníes en riesgo de muerte inminente por inanición y dos millones más están malnutridos.

Pero es que más del 60% de los 28 millones de habitantes de este país, de siempre el más pobre del mundo árabe, pasa hambre y 7 millones dependen de una ayuda internacional que tiene que llegar en camellos o desde el aire.

Poco más que ruinas quedan de carreteras y puentes tras dos años de conflicto entre los militares apoyados por Arabia Saudí y las milicias Houtíes apoyadas por Irán.

Hace falta una solución política, contrarreloj, para evitar millones de muertes como la de Jamila.