Escucharon su llanto entre los escombros. Seguía unida a su madre por el cordón umbilical. La pequeña llegó al mundo entre sufrimiento y dolor, pero fue capaz de resistir y tomar la misma fuerza que tuvo su progenitora, que, bajo toneladas de cemento, luchó hasta su último aliento para dar a luz a su bebé.

Su edificio, de cinco plantas, se derrumbó en el terremoto de 7,8 de magnitud de la madrugada del lunes. Este temblor y sus numerosas réplicas, han destruido miles de edificios residenciales y han acabado con la vida de más de seis mil personas en el sur de Turquía y el norte de Siria. Entre los fallecidos está la familia de la pequeña superviviente. Sus padres y sus cinco hermanos murieron en el derrumbe. La mayoría de personas dormían en el momento de los seísmos.

Los vecinos buscaban supervivientes. Estaban cavando y retirando los destrozos cuando uno de ellos la encontró y la separó de su madre. Cortó el cordón umbilical y la pequeña estaba llena de magulladuras y hematomas. Su piel lucía un tono gris por el polvo, que se mezclaba con rojo por la sangre fresca y marrón por la que ya estaba seca. La recién nacida se aferró a la vida desde el momento en el que su madre la trajo al mundo. Soportó el peso de los escombros y ahora está recuperándose en la incubadora de una maternidad.

Que haya sobrevivido es prácticamente un milagro. Su médico, Hani Maarouf, no da crédito y ha explicado su diagnóstico: "La niña tiene un gran hematoma en la espalda y está hinchado. Probablemente, la presionaron mucho o le cayó algo debajo de los escombros, es un hematoma claro y grande. También hay hematomas en la oreja, la cara, la frente y magulladuras en las costillas".

El pequeño pueblo de Jinderis, junto a la frontera turca, estaba devastado. Primero, encontraron a la madre sin vida, diez horas después del terremoto. Después, apareció el pequeño cuerpo de la bebé. Según los médicos, llevaba 3 horas viva. La madre pasó cerca de 7 horas bajo los escombros hasta que consiguió dar a luz y, poco después, murió, no se sabe si del esfuerzo o a causa de los daños que le provocó el derrumbe.

La pequeña, que todavía no tiene nombre, se recupera en una incubadora, sola, sin familia. De momento, está aprendiendo a abrir los ojos y a soportar el dolor de sus heridas. El mundo la ha recibido mostrándole su peor cara, y, aunque con tan solo un día de vida ya lleve las marcas de la tragedia en su espalda, se aferra a su existencia.

La búsqueda de supervivientes continúa. Los residentes no pierden la esperanza. Al igual que lo que ha ocurrido con esta pequeña, todavía puede haber muchos rescates milagrosos por los que merece la pena seguir ayudando.