Son las cifras de una guerra que comenzó como una revuelta al calor de la Primavera Árabe, pero que nunca terminó de cuajar. "No había una sociedad civil organizada, no había sindicatos como podía haber en Egipto o Túnez", apunta Leila Nachawati, profesora de Comunicación y especialista en Oriente Medio.

Aquellas primeras demandas contra el régimen han sido reducidas a ciertos grupos de una oposición extremadamente dividida. Sólo una pequeña parte corresponde a esas esperanzas El resto está marcada por el islamismo radical y las agendas internacionales.

Estados Unidos hoy se mantiene expectante. Del lado de Bachar al Asad están Irán y también Rusia, que ve amenazado su monopolio gasístico en Europa.

Pablo Sapag, profesor de la Universidad Complutense y autor de 'Siria en perspectiva', explica que "Siria no es un gran productor de hidrocarburos, pero sí es el país clave para sacar petróleo y gas hacia el Mediterráneo y por lo tanto hacia el mercado europeo".

Ahí es donde también entran Catar y Arabia Saudí, que apoyan a la oposición y más por su cuenta, Turquía, que quiere frenar la influencia kurda del norte de Siria.

Esos intereses internacionales, junto al inmovilismo del régimen y a la división de la oposición han hecho fracasar las diferentes rondas de negociaciones.

Hoy, los principales frentes de batalla están en la kurda Afrin, el bastión opositor de Guta y uno nuevo que se abre en Idleb. El futuro, sin duda, complicado. "Siria es un país secuestrado; se reduce a contratos multimillonarios de reconstrucción de las propias potencias que han creado la guerra", lamenta Leila Nachawati.

Por su parte, Pablo Sapag apunta que es "optimista frente a lo inmediato" porque "podría llegar la fase final de la parte armada, dura, del conflicto", pero se encuentra "vigilante con lo que pueda pasar después".