Europa tiene un grave problema con la dependencia del gas procedente de Rusia. Así se está demostrando ya en la guerra en Ucrania tras 15 días de invasión, y no parece que esta crisis vaya a desaparecer, o siquiera estancarse, en un corto periodo de tiempo. Según datos proporcionados por el Banco Central Europeo, la UE importa más del 90% de su gas del extranjero; de ese porcentaje, cerca del 45%, según se apunta desde Bruselas, es gas transportado desde Rusia, un dato que coloca a todo el bloque europeo en una verdaderamente difícil en este conflicto.

La razón: el impacto directo y muy negativo que podrían sufrir todos los Estados miembro si Putincumple sus amenazas y opta finalmente por cortar el suministro. Habría consecuencias, sí, pero no afectarían a todos los países europeos por igual: mientras la dependencia de Francia o España del gas ruso es relativamente baja -del 20% y del 10%, respectivamente, dado que ambos territorios cuentan con otros canales para la obtención de esta materia- en Alemania, más de un 60% del gas que se consume procede de Rusia, y en otros países como Finlandia esa dependencia alcanza el 100%.

De momento, los primeros efectos de la contienda que enfrenta a Ucrania y la Unión Europea con Rusia ya se están dejando notar considerablemente en el encarecimiento de los precios de la energía en el continente, y la situación podría agravarse mucho más si no se pone fin a la guerra en Ucrania. Pero ¿por qué depende tanto Europa del gas que exporta Rusia? ¿De dónde nace esa relación de intereses que ha acabado por provocar punto de inflexión en la economía del Viejo Continente? Para entender el contexto hace falta remontarse a los años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial.

En esa época, levantado el conocido Telón de Acero que dividió al mundo en dos bloques eternamente enfrentados, Europa se vio en medio de un conflicto geopolítico, ideológico y económico a escala mundial. Mientras Estados Unidos reclamaba a este continente poner fin a sus negocios con la por entonces Unión Soviética, los países europeos empezaron a cuestionar su relación con la potencia norteamericana: rechazaban supeditar todos sus negocios a los pactos con EEUU -a razón, entre otros factores, de la coyuntura de inestabilidad expandida a lo ancho y largo del globo-, al tiempo que empezaban a valorar un nuevo periodo de independencia apostando por nuevas vías más cercanas y, probablemente, más baratas.

La URSS, que había colaborado con occidente para acabar con el régimen nazi de Hitler, ya no era vista como un enemigo peligrosísimo, sino como un territorio que por fin se abría a distintas relaciones comerciales sin comprometer la seguridad territorial de la otra parte. Los soviéticos verían aquí también una oportunidad similar que se materializó, a mitad de la década de los años 60, con la construcción del oleoducto Druzhba -en ruso, 'amistad'-, una infraestructura con la que Rusia se convirtió en un importante suministrador de petróleo en el continente europeo a través de Ucrania, entre otros territorios del este.

La crisis del petróleo y el cambio de tendencia de Europa hacia el consumo de gas afianzó aún más esa relación con la antigua URSS ante el rechazo continuado de un EEUU con cada vez menos presencia al otro lado del Atlántico. De ahí el nacimiento del gasoducto Urengoy-Pomary-Uzhhorod (conocido también como el gasoducto Transiberiano), una construcción de más de 4.500 kilómetros con capacidad para transportar 32.000 millones de metros cúbicos de gas natural al año y financiado en parte por bancos alemanes, franceses y japoneses.

La apuesta por el gas a nivel comunitario amplió las vías de negocio de Europa con otros países; como Argelia, que en los años siguientes levantó los gasoductos conectados con Italia -el Transmediterráneo a principio de los 80- y con España -en 2011 se inauguró el Medgaz, con capacidad para transportar 10.500 millones de metros cúbicos de gas al año-; o como Qatar, con la puesta en marcha de sus tuberías de gas licuado con las que suministraban parte de su producto al territorio europeo. Pero esa misma apuesta por el gas también llevó a aumentar la dependencia de las importaciones de Rusia.

Especialmente, en Alemania, con la construcción del Nord Stream 1. Este proyecto, capaz de transportar 55.000 millones de metros cúbicos de gas desde 2011, levantó sospechas y dudas desde el principio por parte de EEUU y de Ucrania, pero también por parte de otros países europeos que empezaron a temer un aumento de la influencia rusa en el ámbito político-económico europeo. Precisamente, el inicio de la guerra en Ucrania fue una de las razones que han llevado a paralizar la activación dle Nord Stream 2, gasoducto que incrementa aún más esa dependencia central de Europa del producto ruso.

De Argelia a la 'vía verde'

Todo este proceso explicado anteriormente ha llevado a la actual Unión Europea a una posición cuanto menos difícil en la obtención de gas. Por ello, antes del inicio de la crisis en Ucrania, cuando sobre el terreno solo había diálogos tensos, amenazas y compromisos de no iniciar ningún conflicto militar, la UE ya empezó a trabajar en nuevas vías que le permitieran reducir, en la medida de lo posible, esa dependencia del gas ruso. ¿Existen a día de hoy alternativas a las exportaciones actuales? Una de ellas ya se ha nombrado.

En las últimas semanas se ha empezado a repetir de manera continuada el nombre de Argelia, exportador de gas a Europa a partir de los gasoductos que atraviesan Italia y España, dos países que no han tardado en posicionarse para convertirse en los nuevos ejes del suministro de gas al resto del continente.

Argelia quiere vender más gas a Europa, e Italia ya se ha puesto en marcha contactando rápidamente con sus autoridades; también España, como destacó Pedro Sánchez en TVE tan solo unos días después del comienzo de la guerra ruso-ucraniana. En una entrevista concedida al ente público, el presidente del Gobierno defendió un mayor trato con los argelinos, más tubo entre España y Francia y, en definitiva, una ampliación de la conexión entre nuestro país y la red gasista europea. No tardó en iniciar las maniobras, como confirmó muy poco después, este domingo, 6 de marzo, la propia Presidencia de Argelia a través de un comunicado en redes sociales donde anunciaban que Sánchez y el presidente argelino, Abdelmajid Tebboune, habían mantenido una conversación telefónica crucial atendiendo a la situación de crisis actual.

Los planes de la UE frente a la amenaza rusa: de aumentar las reservas de gas a reducir el uso de combustibles fósiles

"Pedro Sánchez ha llamado por a Abdelmajid Tebboune para darle las gracias por ser un socio energético fiable y expresarle su voluntad de ahondar en la cooperación entre ambos países", se apuntaba en la nota, confirmándose así los intentos de Europa por reducir la dependencia del gas ruso -aun con las reticencias a tomar esta vía de distintos líderes, como Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica-. Precisamente por ello, no es la de Argelia la única alternativa que se plantea para reajustar la situación de incertidumbre en relación al suministro de gas. También está sobre la mesa una opción verde que, aunque lejana, ya se plantea.

Este mismo martes, la Comisión Europea proponía un plan para responder al alza de los precios de la energía, reponer las reservas de gas de cara al próximo invierno y que la UE sea independiente de los combustibles fósiles de Rusia antes de 2030- En concreto, se propuso que el almacenamiento de gas en toda la Unión Europea deba llenarse hasta al menos el 90% de su capacidad antes de octubre de cada año, aplicar medidas de emergencia que limiten el 'efecto contagio' de los precios y estudiar opciones para optimizar el diseño del mercado eléctrico, entre otras ideas.

Pero la medida estrella por la que ha sacado pecho la CE parte de un plan consistente en diversificar el suministro de gas y reducir más rápido el uso de combustibles fósiles. "Cuanto más rápido cambiemos a energías renovables e hidrógeno, combinado con una mayor eficiencia energética, más rápido seremos verdaderamente independientes y dominaremos nuestro sistema energético", ha asegurado la presidenta de la Comisión, Usula von der Leyen, en los últimos días. De momento, está por ver si esta situación permitirá una aceleración necesaria de la transición ecológica o acabará por limitarse a bajar la calefacción.