Con la victoria de Trump, la derecha más extrema está de enhorabuena. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, ha dicho que "es un mundo maravilloso" y que "esto demuestra que la democracia es innovadora y creadora".

Desde Europa le llueven las felicitaciones a Trump. Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional francés, ha afirmado que "son decisiones democráticas que entierran el antiguo orden y son los ladrillos que construyen el futuro".

Nigel Farage, exlíder de UKIP y eurodiputado, ha declarado que si le ofrece un trabajo, no le importaría ser embajador suyo en la Unión Europea.

En Europa, el auge de la ultraderecha afecta a un buen número de países. Partidos que tienen su caladero en el electorado más dañado por la crisis, al que seducen con sus propias armas. José Pablo Ferránd, profesor de Sociología de la UAM, explica que recurren al "lenguaje nacionalista excluyendo a los inmigrantes, promueven el orden social autoritario y critican a los partidos tradicionales".

La crítica se nutre de la corrupción y de los efectos de la globalización que provocan un repliegue hacia el nacionalismo. Los resultados, se han visto en Reino Unido y se temen en Francia, donde unos meses celebran elecciones. En Alemania la ultraderecha ya es la tercera fuerza en las encuestas, con la crisis de los refugiados de fondo.

Un vuelco que se apoya igualmente en la falta de respuestas de la socialdemocracia. José María Peredo, catedrático de Política Internacional de la UEM, destaca que "está en proceso de identificación y no sabe atender a jóvenes e inmigrantes". Dese reto podría depender buena parte del futuro.