Vivir en Siria tras seis años en guerra no es fácil y mucho menos predicando el catolicismo. El párroco de Alepo, Ibrahim Alsabagh, cuenta en un libro cómo se vive allí perteneciendo a una minoría religiosa y cuál es su terrible día a día.

El padre Ibrahim Alsabagh muestra cómo quedó el exterior de la Parroquia de San Francisco en Alepo. Él estaba dando misa, cuando cayó encima una bomba. "Fue en el momento de la comunión, casi todo el mundo estaba bajo la cúpula. Si se hubiese hundido, hubiera habido, al menos, 60 muertos", explica.

Alsabagh ha pasado de dar sermones en la iglesia, a tener que consolar a los feligreses en los hospitales. Además, la sede de su congregación es ahora un punto de encuentro para las familias que lo han perdido todo, allí les reparten comida y ropa.

En Alepo, no hay luz ni agua corriente, una situación que afecta especialmente a los más pequeños. "Hay niños por la calle mendigando, sin un plato de comida caliente. Niños que hablan de cómo matar a su hermano en casa, que son expertos en todo tipo de armas y misiles, y ya saben distinguir los distintos ruidos de los disparos", detalla Alsabagh.

Día a día, el padre Ibrahim está en contacto con ciudadanos que quieren ver su país recuperado. Por eso, asegura que, a diferencia de lo que hacemos en Occidente, en la guerra él no diferencia entre el bando de 'buenos' y 'malos'.

"No pienso en qué ideología tienen o contra quién están. Miro lo que hacen, los moderados, y también los no moderados de las milicias armadas, intentan hacernos daño. Al pueblo inocente que intenta sobrevivir", destaca. Ibrahim volverá a Siria la próxima semana, a continuar luchando por el futuro de un país aunque se deje la vida en el intento.