Andábamos pendientes de los daños directos de un Brexit sin acuerdo mientras sacábamos la calculadora para restar y sumar décimas al crecimiento económico mundial. La desaceleración no podía esperar. Y resulta que entre tanto cálculo se ha colado una amenaza más veloz e incontrolable: el coronavirus. ¿También para la economía?

Aún es pronto para valorar los daños directos que este brote pueda tener en las cuentas que manejan organismos y gobiernos, aunque los síntomas nos muestran que los daños colaterales ya están asomando. Mercados financieros que se desploman, empresas que prohíben operar en determinadas zonas y regiones productivas que se paralizan ante el miedo a la expansión del Covid-19 no son los mejores indicios para elaborar una hoja de ruta que colme a los agoreros.

Primero fue Asia. Nada más conocerse los primeros casos de coronavirus, los mercados asiáticos se desmoronaron, cayó el precio del petróleo y las exportaciones empezaron a resentirse. China, la segunda economía del mundo, temblaba y el miedo se hacía palpable: de los parqués bursátiles a fábricas y tiendas. De China, a Japón y Corea del Sur.

Entonces, como quien quiere redimirse de algún pecadillo de juventud, el FMI no quiso dejar pasar los acontecimientos y se precipitó a lanzar una advertencia con una de esas frases de pompa y boato que tanto le gustan: "El coronavirus pone en riesgo la recuperación", advertía mientras dibujaba las primeras cifras: "Podría reducir el crecimiento económico global un 0,1%". Mucho más allá fue el servicio de estudios de Oxford Economics al lanzar sus pronósticos: "Si el virus provoca una pandemia, la economía global podría perder un billón de dólares por el coste de una crisis sanitaria a escala mundial". El miedo era real y había cogido velocidad de crucero.

Los inversores están calibrando aún el impacto de la enfermedad en la economía

Tanto, que la expansión vírica (y económica) ya ha llegado a Europa. Y parece que para quedarse. El nuevo epicentro del virus está en Italia. En la Italia norteña, en la Italia rica, en la Italia productiva. También en la Italia que está a un paso de la recesión técnica si su PIB vuelve a retroceder durante este trimestre, circunstancia muy probable a ritmo de coronavirus. La preocupación se concentra en Lombardía, Véneto, Emilia Romaña y Piamonte, regiones que representan casi el 40% del PIB italiano y el 6% del PIB de la eurozona. Palabras mayores para una economía demasiado acostumbrada a la zozobra y muy dada a provocar más de un dolor de cabeza a sus socios europeos que aún sufren el susto de la desaceleración económica.

¿Y si la amenaza va a más? Por lo que pueda pasar, el Gobierno italiano ya prepara un plan de contingencia, los bancos centrales no descartan sacar la munición para animar el cotarro y la Comisión Europea dice estar dispuesta a tomar medidas. EEUU da por descontado que el virus se expandirá por todo el país. China y Corea del Sur ya han lanzado medidas extraordinarias y las compañías más globalizadas del mundo preparan planes de contingencia ante el parón de la actividad económica. Demasiados movimientos para minimizar los riesgos.

Riesgo, por cierto, del que huye el dinero. Los inversores están calibrando aún el impacto de la enfermedad en la economía y los mercados financieros sufren mientras se pintan de rojo sus pantallas. El Ibex 35 ha perdido un 6,5% en dos días y está en mínimos del año. Wall Street no levanta cabeza y los parqués europeos acumulan jornadas en negativo. Y eso por no hablar de la añorada prima de riesgo: la italiana ya está por encima de la griega.

Pero como no todo es macroeconomía y grandes cifras, hay también quien se está frotando las manos con la expansión del coronavirus: la empresa farmacéutica Novacyt, que ideó el test para detectarlo, ha ganado un 1.000% en bolsa en tan solo un mes, la venta de mascarillas y productos desinfectantes en las farmacias españolas se ha disparado un 10.000 y un 700% respectivamente y en Italia, el precio de los geles de limpieza se ha multiplicado casi un 800%.

Mientras el virus se expande en silencio, las economías globales se alborotan y empiezan a hacer mucho ruido ante el miedo a un parón de la actividad en las zonas más afectadas. La desconfianza se agrava día a día y eso, en este contexto, no es la mejor vacuna para reanimarse ante la desaceleración.