Las nuevas imágenes que ofrece un dron que sobrevuela Mariúpol son, cuanto menos, impactantes. En el vídeo que acompaña estas líneas se observa una kilométrica fija de gente esperando a recibir alimentos, algo de ayuda humanitaria tras horas y horas esperando. Ya ni siquiera hacen cola -formada en el aparcamiento de lo que, hace no mucho, era un centro comercial- para intentar escapar, sino para que les den algo que comer u otros bienes esenciales.

Entre tantas y tantas personas se encuentra Angelina, quien, junto a su bebé, ha pasado horas esperando. Cuenta qué es lo que espera recibir: "Pan, pañales, cereales para el bebé". Asegura, al mismo tiempo, que dentro de unos días intentará escapar de nuevo de la ciudad ucraniana. En la misma fila que Angelina está también Alexandra. Con admirable entereza cuenta que su marido murió esperando que llegara la ayuda humanitaria.

"Tenía diabetes. La escasa dieta de los últimos días lo llevó al coma y murió", ha denunciado Alexandra, que, tal y como ha añadido, también se quiere ir pero ahora no puede: quiere dar sepultura a su marido para que no sea uno de los cientos de muertos de Mariúpol enterrado bajo una tabla y cuatro piedras. Quien sí ha aceptado esta vía es Viktoria, que cava ella misma la tumba de su padre.

Son las historias de una ciudad que los rusos han borrado del mapa. Devastación y hambre es lo único que queda, un hambre que no perdona, ni siquiera, a los niños. Y de eso también tiene culpa Rusia porque durante semanas el ejército de Putin ha impedido la entrada de ayuda humanitaria, como ha confirmado el Programa Mundial de Alimentos. Ahora, es Rusia quien ha comenzado a repartirla.

Así lo deja claro el Kremlin en las cajas que entregan, marcadas con su 'Z'. Una letra que significa, para el Kremlin, "por la victoria".