Un joven, testigo del brutal ataque a un convoy humanitario que ha dejado más de 120 muertos y docenas de heridos, cuenta a una cámara, que muestra desoladoras imágenes, lo ocurrido. Asegura que es muy difícil describir lo que ve.

Cerca de 5.000 evacuados de dos pueblos chiíes esperaban a las afueras de Alepo cuando un atacante suicida ha detonado un coche bomba. El resultado es trágico: autobuses completamente reventados, coches calcinados y cuerpos en el suelo.

El atentado ha dejado casi medio centenar de víctimas mortales y docenas de heridos graves. Minutos antes, esperando los permisos para entrar en la zona controlada por el gobierno, una mujer, también evacuada, se lamentaba ante las cámaras: "Estamos muy mal, sin comida, sin apenas agua para mis hijos".

Sin embargo, el escenario siempre puede ir a peor. Las reglas del juego han cambiado y ya no se respeta nada. El convoy atacado salió de dos poblaciones chiíes. Llevaban dos años asediados por grupos extremistas cuando un acuerdo entre el gobierno y oposición permitió su libertad.

Un viaje en autobús, testigo seguro de nuevos sueños, que para muchos ha acabado en un injusto final. Porque en Siria, a pesar de la paz, pocos parecen tener derecho a escapar de las bombas.