Cuba vive su primer año sin Fidel Castro, aunque en cuerpo y alma porque las calles rezuman todavía olor a revolución. "Casi no se le extraña porque no hay un minuto en el que se diga el nombre de Fidel", comenta un ciudadano cubano.

Ha sido un año intenso para los cubanos. Si Fidel cerraba los ojos con la fotografía de su hermano, Raúl Castro, y Obama juntos en Cuba, pronto la esperanza de apertura en la isla se desvanecía con la llegada del huracán Trump. "Con efecto inmediato cancelo el pacto unilateral con Cuba, de la última administración", declaraba al poco el presidente estadounidense.

Un parón en la isla que para entonces, con Raúl Castro, ya había iniciado una lenta modernización. Con la muerte de Fidel muchos soñaron con el fin de la represión política, pero poco ha cambiado.

El control del partido sigue siendo férreo: la oposición, perseguida; el sector privado ha crecido pero también se mantiene la nacionalización de los sectores clave de la economía. El trabajo se ha convertido, según Amnistía Internacional, en una nueva y eficaz herramienta de represión.

En cuanto al futuro de la isla, el 24 de febrero del año que viene será crucial. Raúl Castro se retira y habrá que ver si es su hijo o un joven político, al margen del partido, el que tome el mando.