"Operación militar especial". Fueron las tres palabras con las que Vladímir Putin anunció la invasión de Ucrania hace ya dos meses, el pasado 24 de febrero. Era el aviso previo al sonido de las sirenas antiaéreas en Kiev, antes de que los misiles iluminaran el cielo hasta caer en varias ciudades por todo el territorio ucraniano.

Pronto, comenzaron a llegar las imágenes de los primeros bombardeos rusos en Ucrania. El presidente estadounidense, Joe Biden, condenaba la invasión: "El ejército ruso ha iniciado un asalto brutal sobre la población de Ucrania", aseveró entonces.

Estados Unidos, precisamente, había avisado de que ocurriría. Rusia, por su parte, lo había desmentido y escondido su plan de invadir el país vecino bajo supuestas maniobras de su ejército. Dos días antes, Moscú había reconocido las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk, en la región prorrusa del Donbás.

Poco después veíamos al ejército del Kremlin atravesando Ucrania: un convoy de más de 60 kilómetrosde vehículos militares se dirigía a Kiev. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, hablaba ya de "una invasión deliberada, a sangre fría y planificada desde hace mucho tiempo".

Las imágenes de la destrucción sembrada por el ejército ruso despertaron la condena de parte de la población rusa, que la expresó en protestas de rechazo que el Kremlin reprimió.

Éxodo de refugiados y respuesta de Occidente

Al tiempo que los rusos se acercaban a la capital ucraniana, su población huía. Dos meses después, son más de cinco millones los ucranianos que han tenido que abandonar sus hogares como consecuencia de la guerra, según la ONU. Los que no escaparon, se encerraron en sótanos, búnkeres o incluso en el metro.

Occidente respondió a la invasión con sancionesy un ingente apoyo armamentístico a Ucrania. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, anunciaba que estas medidas aislarían "aún más a Rusia". Entretanto, la guerra en Ucrania ha planteado un nuevo orden de seguridad e independencia energética.

Con Putin aislado, el lenguaje de Occidente se endureció: el 16 de marzo, Biden sostuvo por primera vez que Putin es "un criminal de guerra". Un día después, se refería al presidente ruso como "dictador asesino" y "un puro matón". Desde Polonia, el mandatario demócrata llegó a aseverar a finales de marzo que "es un carnicero".

Segunda fase de la guerra

Las negociaciones de paz mantenidas hasta ahora han resultado infructuosas y Rusia acabó desistiendo de su pretensión de una 'guerra relámpago' y optó por el repliegue, lo que obligó al Kremlin a olvidarse Kiev. Al abandonar las tropas rusas esa zona, salieron a la luz las peores imágenes: fosas con más de 400 cadáveres en Bucha.

Von der Leyen hablaba entonces por primera vez de "crímenes de guerra", que los propios líderes europeos vieron de primera mano cuando se desplazaron a Kiev para apoyar a Zelenski. Aunque el presidente ucraniano no ha abandonado Kiev, ha hablado en parlamentos de todo el mundo.

Ahora, Rusia se ha centrado en el este de Ucrania, cebándose con ciudades como Mariúpol. Según las Naciones Unidas, más de 2.200 civiles han muerto en estos 60 días de conflicto.