En los últimos nueve meses, el planeta ha cambiado. No ha sido un giro anhelado, ni anticipado. Fue en un 11 de enero que ahora nos queda muy lejano cuando se conoció la primera muerte a causa de un nuevo virus del que apenas se conocían detalles.
Las noticias que llegaban desde Wuhan hacían pensar a muchos que ese virus se quedaría ahí, que sería algo local y que no iría a más. Pronto, demasiado pronto, ese virus llegó al resto del globo, haciéndonos decir con frecuencia desde entonces cinco letras y dos números separados por un guion: COVID-19.
Esa fue la primera víctima -registrada- por el coronavirus. Nueve meses después, la cifra no ha parado de crecer hasta rozar el millón de víctimas mortales. Un millón de vidas arrebatadas por un virus que no entiende de edades o de fortalezas que uno crea que pueda tener. Nadie está a salvo.
Durante estos meses, reaccionando ante un enemigo invisible, hemos intentado paliar sus efectos con medidas que se han tenido que cambiar sobre la marcha, con criterios cambiantes que la COVID-19 ha obligado a tomar. La mascarilla, cuya obligatoriedad no estaba clara en los primeros días de la pandemia, ahora es un elemento imprescindible en el día a día de todos. Conocemos todos los tipos, las características de cada uno de ellos, hasta las personalizamos para hacer ese tiempo en el que la llevamos más llevadero.
También ha cambiado la manera en la que nos saludamos. Hemos perdido abrazos y besos por el camino y hemos chocado codos, algo que ahora tampoco es recomendable hacer porque rompemos la distancia de seguridad con la otra persona. Ahora toca llevarse la mano a un corazón mellado, porque a todos, de menor o mayor manera, este virus nos ha dejado una huella que difícilmente podremos borrar.
Nos hemos acostumbrado a la frialdad de unas cifras que no reflejan el sufrimiento detrás de cada positivo, la angustia de esa persona sin síntomas que teme haber contagiado a sus seres queridos, la congoja de no saber si saldremos de esta. Casi 33 millones de personas han tenido dentro al coronavirus, con Estados Unidos, India y Brasil como países más afectados. También lo han sido en el número de fallecidos, según recoge la Universidad Johns Hopkins en un mapa que empezó sin apenas rojo y que ahora deja claro que nadie ha conseguido librarse de esta enfermedad.
España, el país más golpeado de Europa por la COVID-19
En nuestro país hemos sufrido las consecuencias de la pandemia en toda su extensión. Fue el 31 de enero cuando se confirmó el primer caso de coronavirus en España, un ciudadano alemán que tuvo un contacto estrecho con un paciente contagiado.
Antes, el 7 de enero, se confirmó el primer caso en Wuhan, que comenzó a sentir los primeros síntomas el 8 de diciembre de 2019: fiebre, tos seca, disnea y hallazgos radiológicos de infiltrados pulmonares bilaterales.
Desde entonces, en nuestro país se han detectado más de 700.000 positivos que han dejado más de 31.000 víctimas mortales. Pero los números no son absolutos, ni exactos. No son todos los que están. Según el INE, este año morirán 51.513 personas más que en 2019, un 2020 en el que la esperanza de vida ha bajado un año.
Difícil olvidar ese 13 de marzo en el que se decretó el estado de alarma y nos quedamos en casa para no exponernos al virus. Otra crisis económica se cernía sobre todos cuando la anterior nos quedaba demasiado reciente en el recuerdo, estando todavía presente. Por aquel entonces, en número de contagios era de 5.232, con 133 personas que habían fallecido a causa de la COVID-19.
El resto, como suele decirse, es historia. Historia negra de nuestro país y del planeta ante una crisis que nos cambió de arriba a abajo, que nos ha quitado mucho y que sigue dejando efectos devastadores en nuestra sociedad a la espera de la ansiada vacuna, sobre la que no existe un consenso acerca de la fecha en la que llegará masivamente a la población.
Hasta entonces, queda seguir llevando a cabo las recomendaciones sanitarias, mantener la distancia de seguridad, lavarnos las manos, llevar mascarilla. Consejos que son obligaciones si queremos que esos números fríos no crezcan, si queremos que las personas que están detrás de esos números no sufran.