En la embajada de Ecuador, Julian Assange vivía obsesionado con que le observaban, buscando micrófonos ocultos en jarrones y marcos. El tiempo le dio la razón: se registraban todos sus movimientos y los de cualquiera que le visitase, desde su médico cuando pasaba consulta privada, hasta sus citas con personalidades, al margen de que se tratase de un exministro, como el griego Yanis Varoufakis, o una actriz de Hollywood como Pamela Anderson.

A todos ellos les escaneaban sus datos personales: a su peluquera, a Oliver Stone o a Yoko Ono. Además, se hacían fotos de cada objeto que llevaban consigo: grabadoras, cámaras de fotos y, sobre todo, móviles.

De cada visita se elaboraba un informe, donde queda por escrito que incluso intentaban quedarse el material. "Intento quedarme la grabadora, pero la mujer se acuerda", recoge uno de estos documentos.

Cuando no podían, les sacaban la información: número de teléfono, IMEI y, si les era posible, hasta el código PIN y cuentas de correo y contraseñas, como le ocurrió a Pamela Anderson.

El espionaje llegaba hasta los propios abogados de Assange cuando se reunían con su cliente. Además del control de entrada de rigor, las cámaras de seguridad seguían cada uno de sus pasos.

De la vigilancia no se libraba nadie, ni siquiera Rommy Vallejo, el director de los servicios de inteligencia de Ecuador. En su propia embajada, las conversaciones que mantuvo con Assange fueron grabadas. De una de esas charlas, de dos horas de duración, se hizo incluso un informe resumen, en el que consta que hablaron de Donald Trump, de Angela Merkel, del Brexit, de España y, sobre todo, del futuro del propio Assange.

laSexta ha tenido acceso en primicia a la solicitud del fundador de Wikileaks en la que pide que se le hagan llegar todas las grabaciones de las que fue objeto mientras estuvo en la embajada ecuatoriana, durante casi siete años en los que fue el hombre más espiado del planeta.

Comienza el proceso de extradición

Assange ha comparecido este lunes en la corte londinense de Woolwich, en la primera sesión de su proceso de extradición a Estados Unidos, que le reclama por 18 cargos de espionaje e intrusión informática por revelar información confidencial en el año 2010.

Vestido con traje gris y con el pelo blanco, el fundador de Wikileaks, de 48 años y cuya salud se ha deteriorado tras su confinamiento en Reino Unido, habló para confirmar su identidad y decir que comprendía el procedimiento.

En la galería del público estaba el actual director del portal digital, Kristinn Hrafnsson, y el padre del informático, John Shipton, que, en declaraciones a la prensa, reclamó que su hijo, que no ha sido condenado por ningún delito, pueda salir en libertad condicional.

A las puertas de la corte -anexa a la prisión de Belmarsh, donde Assange cumple prisión preventiva-, decenas de manifestantes pedían su liberación y la suspensión del proceso de extradición auspiciado por el Gobierno de Trump.