En una habitación de un hotel económico de Brighton pasó su última noche el terrorista de Londres, en la recepción se mostró tranquilo y pidió que le llevan un kebab para cenar a un cuarto impersonal y aséptico.

Los trabajadores del hotel cuentan que hablo sin tapujos de su familia y su vida. Sabeur Taromi, encargado del hotel, ha dicho que les habló "incluso de uno de sus hijos". Recuerdan que comentó que a la mañana siguiente se disponía a partir hacia Londres, una ciudad que decía ya no era lo que había sido.

También recuerdan que regateó incluso las 59 libras que costaba, un comportamiento sorprendente en un hombre que al día siguiente se disponía a matar y probablemente morir en este atentado. Un ataque que no parece fruto de un impulso según los primeros indicios.

El presunto terrorista estuvo ya la semana anterior en el mismo hotel de Brighton, quizás planeando su ataque y también entonces intentó conseguir un precio mejor y aquí surge una enigma: ¿por qué alquilar el coche en un concesionario de Birminghan donde todo vivía, conducir las más de tres horas que le separan de Brighton, dormir allí y partir después para la capital, escenario de su matanza?

Este curioso periplo es una de las incógnitas de la Policía, que llegó al hotel gracias a un recibo en el coche alquilado y que ahora busca huellas, analiza objetos, examina hasta la ropa de cama y revisa el wifi del hotel para saber cuáles fueron los últimos movimientos.

Los agentes pretenden saber qué contactos mantuvo si, como apuntan los primeros indicios, actuó solo, autofinanciándose un ataque del que quizá soñaba ingenuamente con salir ileso.