A sus 19 años, Nikolas Cruz tenía atemorizados a muchos de sus compañeros y profesores. Algunos habían sufrido sus amenazas antes de que lo expulsaran del instituto.

Errático y problemático, tan callado como violento a veces, era un marginado loco por las armas, de las que presumía y que solía llevar encima. Tanto, que le habían prohibido entrar en el centro con mochila.

Perpetró la matanza con una verdadera arma de guerra: un fusil Colt AR-15. Cruz habría recibido entrenamiento militar junior. Algunos de sus compañeros de entrenamiento dicen que daba señales preocupantes.

"Era muy raro, tímido hasta que se ponía muy violento", afirma Jillian Davis, una excompañera.

En los últimos días había lanzado mensajes "muy inquietantes" en sus redes sociales, algunos en árabe. Sin embargo, su familia de acogida, Nikolas acababa de quedarse huérfano, no vio venir la tragedia.

En lo que va de año, EEUU lleva 18 incidentes con armas en centros escolares. Casos que reabren una dolorosa herida nunca cicatrizada: la del control en un país con casi un arma por habitante.