Las mujeres, las principales afectadas
Afganistán, una prisión a cielo abierto: se cumplen cuatro años de la vuelta al poder de los talibanes
El contexto El país fue tomado por los talibanes en 2021 y, desde entonces, la represión y la supresión de derechos ha sido la tónica de los últimos cuatro años, sobre todo para las mujeres.

Resumen IA supervisado
Afganistán ha experimentado un cambio drástico en los últimos cuatro años tras el regreso de los talibanes al poder, lo que ha supuesto un severo retroceso en derechos humanos, especialmente para las mujeres. Estas han sido expulsadas de la vida pública, su educación se detiene en sexto curso y no pueden trabajar en la mayoría de empleos ni viajar sin un hombre. La vida cotidiana en Kabul ha cambiado radicalmente, con un estricto código de vestimenta y la música y la fotografía prácticamente prohibidas. El silencio y la cautela predominan, mientras la educación femenina está vetada, y las ejecuciones públicas han regresado, simbolizando un control absoluto y brutal del régimen talibán.
* Resumen supervisado por periodistas.
Afganistán continúa sin voz. Hace cuatro años, daban la vuelta al mundo las imágenes de familias enteras tratando de escapar de los talibanes. Intentaban huir del país, pero el aeropuerto de Kabul estaba colapsado. Algunos, incluso se aferraban al fuselaje de los aviones en marcha.
Tan solo cuatro años después de ese momento, el país es otro. El regreso al poder de los talibanes ha supuesto un retroceso histórico en derechos humanos, sobre todo para las mujeres.
Su escolarización se corta en sexto curso. Después, las mujeres son expulsadas de la vida pública, no pueden trabajar en la mayoría de empleos ni viajar sin la compañía de un hombre. Las pocas que se atreven a protestar, son acalladas a base de latigazos.
Levantar la voz por su libertad, pone en riesgo su vida. Su sufrimiento ha caído en el olvido internacional.
A pesar de que no son reconocidos, los talibanes continúan gobernando con un control absoluto sobre el país, convirtiendo Afganistán, sobre todo para millones de mujeres y niñas, en una prisión a cielo abierto.
Un país completamente silenciado
Hace cuatro años, los escaparates de Kabul exhibían la última moda y las mujeres regentaban salones de belleza. Hoy, cuatro años después del regreso de los talibanes, muchos de esos comercios están cerrados y, en las aceras, las familias venden sus pertenencias para sobrevivir.
La transformación de la capital afgana, tras cuatro años de dominio talibán, se mide en lo que ya no se ve ni se oye, postales de una ciudad donde la vida cotidiana se ha reescrito a la fuerza.
Ahora, los velos y las barbas son utilizados como uniforme. Antes, las calles de esta ciudad eran un crisol de colores y estilos. Hoy, una paleta más sobria domina la escena. El azul del burka se ha multiplicado, cubriendo la práctica totalidad de las mujeres en muchos barrios. El hiyab ahora debe ocultar cada centímetro de cabello y cuello, y muchas optan por cubrir también su rostro.
Para los hombres, la barba larga y sin afeitar ya no es una elección personal, sino una expectativa social, a menudo vigilada. Además, el régimen ha impuesto un estricto código de vestimenta para los estudiantes: los de secundaria deben vestir de azul con un gorro blanco; los de bachillerato, de blanco y con turbante.
Los sastres han tenido que adaptar sus diseños, y los escaparates ya no exhiben la diversidad de antaño. La vestimenta se ha convertido en un marcador visual de la nueva autoridad.
Por otro lado, ahora reina el silencio donde antes había música. Los atardeceres en Kabul solían venir acompañados de música, ya fuera saliendo de las tiendas, de los coches o incluso de celebraciones familiares. Hoy, los reproductores de música han desaparecido de los comercios, y las bodas y reuniones se desarrollan en un tono más apagado.
Según las normas del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, la voz de una mujer es privada y no debe ser escuchada en público. Recientemente, durante una rueda de prensa de un ministerio, la voz de una periodista fue deliberadamente silenciada en la retransmisión televisiva. Los cines y teatros, que ofrecían ventanas a otros mundos, permanecen cerrados.
El bullicio de las conversaciones animadas aún existe, pero una capa de cautela las envuelve.
Ahora la escuela es solo para ellos. Donde antes se escuchaban las voces de jóvenes estudiantes de ambos sexos, hoy solo queda la presencia de los chicos. Afganistán es el único país del mundo que no permite la educación de mujeres. Las niñas que superaron la educación primaria se enfrentan a un futuro incierto. Los currículos educativos, incluso para los niños, han experimentado una profunda revisión, con un énfasis marcado en la instrucción religiosa y una adaptación de otras materias a la narrativa talibana.
Además, han prohibido las fotografías. Antes, Kabul era una ciudad donde la gente se fotografiaba en parques o frente a monumentos. Los escaparates mostraban modelos. Hoy, la fotografía está bajo sospecha, especialmente la de mujeres. Los rostros han desaparecido de la publicidad, reemplazados por imágenes abstractas o textos, y tomar una fotografía en la calle puede derivar en un interrogatorio.
El regreso de los talibanes también ha supuesto la vuelta del espectáculo del castigo. Las ejecuciones públicas, un recuerdo sombrío del primer régimen talibán en los años 90, han regresado. Aunque no con la misma frecuencia, los estadios de fútbol y las plazas públicas han vuelto a ser escenario de castigos corporales y ejecuciones.
Este "espectáculo del castigo" dibuja la nueva relación entre el Estado y el ciudadano, donde la justicia es inmediata, brutal y se ejerce a la vista de todos.