El cuestionado juez Kavanaugh ocupa un sitio vitalicio en el Supremo estadounidense. Y Trump lo ha celebrado en la Casa Blanca casi como una restitución: "Quiero pedirle perdón a toda la familia Kavanaugh por el tremendo dolor y sufrimiento que han tenido que soportar".

"En nombre de todo Estados Unidos", dice el neoyorkino. Obviando las masivas protestas en contra de su elegido. Y habla de indecencia y proceso injusto, olvidando que ni siquiera se ha dejado investigar en condiciones las acusaciones de abusos realizadas contra Kavanaugh por al menos tres mujeres.

Proclama su inocencia el presidente, pero no la Justicia, ni tan siquiera, tan a las claras, el FBI.

El "juez juzgado" le ha agradecido a Trump que le haya encumbrado contra viento y marea. Flanqueado por su mujer e hijas, embelesadas, y mentando a su madre, ha aprovechado para reivindicarse como adalid del feminismo. "He trabajado duro para promover el progreso de las mujeres", asegura.

Anuncia que quiere imprimir un "cambio de talante" en el Alto Tribunal. Será un giro a la derecha, auguran quienes le conocen y con ello cuenta Trump.