Candanchú, Cerler, Formigal, Panticosa... Cuatro de las cinco estaciones de esquí del Pirineo aragonés siguen cerradas. Suman casi 300 kilómetros esquiables, pero de poco les sirve este invierno tan generoso en nieves. Tan solo Astún ha abierto parcialmente sus pistas.

Se generan unos 1.400 contratos, contratos perdidos a los que debemos sumar los 13.000 indirectos que genera el sector. Sin turismo, los pueblos del Pirineo oscense se han convertido en ciudades fantasma y sus negocios agonizan.

Nestor Boli, propietario del Albergue Aysa (Candanchú) cuenta que "no merece la pena abrir los negocios" si no abren también las estaciones de esquí. "Estamos hundiéndonos; la gente está viviendo de lo que le queda del paro o de subsidios que han tenido que pedir", afirma.

En los valles, el silencio solo lo rompen las caceroladas organizadas por vecinos y comerciantes para denunciar su situación. Este viernes salieron a la calle en Jaca y esta semana también lo han hecho en el valle de Tena para pedir ayudas e incentivos fiscales y también que se relajen las restricciones.

A diferencia de lo que ocurre en Francia y otros países europeos, España no ha ordenado el cierre de las estaciones de esquí. Muchas de ellas, como las del Pirineo catalán o Sierra Nevada, han abierto asumiendo restricciones COVID, aforo limitado y menor rentabilidad. La patronal pide alguna compensación.

En Aragón, Javier Lambán ha anunciado un plan de empleo para los trabajadores de la nieve. Allí en particular saben que será muy difícil salvar la temporada.