En 1985 las mujeres accedieron por primera vez a la Policía Nacional, se aprobó la ley del aborto y se produjo el primer atentado yihadista en nuestro país. El presidente del Gobierno era un joven Felipe González en el primero de sus cuatro mandatos, Mijaíl Gorbachov asumió el liderazgo de la Unión Soviética y Ronald Reagan ocupaba la Casa Blanca.

Ese mismo año España y Portugal entraban a la, entonces, Comunidad Económica Europa, las compras se hacían en pesetas y, sí, el euro, una moneda común en varios países del entorno, era una entelequia en la mente de muy pocos.

En 37 años las cosas han cambiado mucho, pero 1985 vuelve a estar en la mente de algunos. ¿La razón? El coste de la vida: la cesta de la compra ha experimentado una subida de las precios que no se veía en cuatro décadas. De acuerdo con el dato del INE para este mes, los precios en marzo subieron un 9,8%, espoleados por la guerra en Ucrania y por el alza de los combustibles, totalmente desbocados.

Es necesario echar la vista atrás casi cuatro décadas para encontrar cifras similares. En marzo de 1985, el índice de precios al consumo (IPC) subía un 9,5%, dato similar al que estamos experimentando ahora.

Pero, claro, la situación entonces era muy diferente. Y también los costes de la vida. Según el INE, desde entonces los precios se han más que triplicado: han subido un 226,4%.

Si los datos fríos a veces son complicados de entender, lo mejor es recurrir a la información del día a día y compararla. Es decir, a un folleto de supermercado. En Yo Fui a EGBhan rescatado las ofertas y precios de una tienda de ese año, 1985. Y las cosas han cambiado mucho: el jamón se ofertaba a 499 pesetas el kilo, lo que se traduce en apenas tres euros de la actualidad. Los yogures costaban entonces 20 pesetas. Es decir, 12 céntimos.

Si lo comparamos con la actualidad, un folleto de un supermercado DIA lista el jamón (curado y selecto, describen) a 19,99 euros el kilo. Más de seis veces lo que costaba entonces, aunque probablemente se trate de un jamón de una calidad diferente al ofertado entonces. Y los yogures, de dos marcas diferentes, superan los dos euros el pack o el bote grande.

Un jamón de 1985 frente a uno de 2022.

El aceite de oliva costaba lo que hoy representa 1,3 euros (229 pesetas), lejos de los 5 euros que ahora se ofertan. Y dos litros de aceite de girasol no llegaban a dos euros (319 pesetas). Un bote de tomate frito de medio kilo se vendía por 59 pesetas, 35 céntimos. Ahora, uno de 350 gramos cuesta 0,95 céntimos de euro. Es decir, 1,35 euros por medio kilo.

"En 1985 la inflación comenzó a moderarse"

Si bien el coste de vida ha subido, también lo han hecho los salarios. Si bien los precios de entonces nos parecen muy asequibles ahora, los salarios también eran muy inferiores. La remuneración media por asalario, de acuerdo con los datos de BBVA, era en 1985 el equivalente a 9.400 euros anuales. El año pasado fue de 33.000 euros.

"Si la inflación estaba desbocada ese año, los años anteriores mucho más: en 1985 fue cuando comenzó a moderarse", explica a laSexta.com María Jesús Fernández, economista senior de Funcas. Desde la década de los setenta hasta mediados de los ochenta los precios energéticos subieron como consecuencia de los choques petroleros. En 1973, la OPEP decretó un embargo del petróleo a Occidente. En 1979, la revolución iraní tensionó aún más los combustibles. Y esto se trasladó a los productos energéticos: en 1977, llegaron a aumentar un 24,5% en relación al año anterior.

Los protagonistas de la inflación vuelven a ser el gas y el petróleo. Esta vez, por la guerra en Ucrania. Aunque los precios de la energía llevaban en continuo incremento desde el año pasado, ha sido con la invasión rusa cuando la situación ha estallado. La inflación ahora vuelve estar al borde de los dos dígitos, de acuerdo con el dato avanzado. Aunque podría superarlos una vez se consolide la cifra a mediados del mes que viene. Ahora bien, ¿cómo se traduce esto en el bolsillo?

"La economía funcionaba en 1985 de un modo diferente al de ahora. Había menos globalización, menor grado de competencia, más regulación e intervencionismo...", señala Fernández. "Las transmisiones de los incrementos de los costes a los precios finales al consumo eran mayores a los que se podría transmitir hoy en día", asevera la economista.

La transmisión hoy día no sería tanto a los precios finales, argumenta, como a la actividad: es decir, el incremento de los costes puede traducirse en un cierre de empresas por ser incapaces de hacer frente a los gastos desbocados.

El pacto de rentas

No es fácil atajar esta situación de precios desbocados. El Gobierno consiguió que Europa permita a España y Portugal fijar un tope al coste del gas para que no se traslade al del total de la electricidad. Máxime cuando en España el mix energético tiene una alta proporción de energías renovables y el gas representa una parte minoritaria en la generación de energía. También va a bonificar los combustibles, aunque hay gasolineras que han subido lo que cobran por litro de manera preventiva.

La solución, según el Ejecutivo de Pedro Sánchez, pasa por un "pacto de rentas". Un acuerdo de sindicatos y patronal en el que se establezca una subida de los sueldos no equivalente a la inflación, una tirita en la pérdida de poder adquisitivo, al mismo tiempo que se limitan también los beneficios empresariales. El objetivo: no entrar en una espiral de salarios-precio como sucedió en los setenta, otra de las causas del IPC desbocado entonces. Las pagas se incrementaban conforme a la inflación del año anterior y esta capacidad adquisitiva se trasladaba a los precios, motivando una pescadilla que se mordía la cola.

Precisamente el diálogo social se encuentra ahora en la mesa para definir el nuevo Acuerdo de Negociación Colectiva, que sentará las bases de las subidas de salarios en los próximos años. Y la guerra de Ucrania ha hecho que un pacto que se preveía rápido (para este mes) se alargue, con la cautela por los posibles efectos que ya está teniendo la guerra en el bolsillo y los que puedan venir en los próximos meses. De momento, el único consuelo está en el dulce recuerdo de comprar un bote de Nocilla con solo 60 céntimos.