Los gritos de dolor eran estremecedores. Alexander Zverev acababa de sufrir una grave torcedura de tobillo. Ahí terminaba una semifinal que estaba siendo antológica.

El partido ya iba por tres horas y sólo se habían jugado dos sets. El segundo ni se había completado. El alemán y Rafa Nadal estaban jugando un tenis espectacular buscando el pase a la gran final.

Pero entonces ocurrió lo peor. Zverev corrió en el fondo de la pista hacia una pelota y sufrió una lesión. Cayó al suelo y gritó de dolor. Las asistencias médicas confirmaron que era inviable que pudiera seguir.

Abandonó la pista en silla de ruedas y reapareció en muletas. El público aplaudió y también Nadal, fundiéndose en un abrazo.

El peor final posible para una semifinal que estaba siendo de leyenda. Con muletas, ante la ovación de la central, el número 3 del mundo decía adiós a Roland Garros.