El último reto de Álex Villar ha sido el de escalar una montaña de 3.000 metros de altura en Huesca. Una vez llegado al punto más alto, se lanza al vacío, una secuencia que corta la respiración.

Son momentos tensos, peligrosos, al límite. Momentos en los que reconoce tener miedo a la muerte, pero un miedo "como cualquier persona puede tener".

"Intento que esté controlado todo lo que está a mi alcance", comenta. Porque es consciente de que se juega la vida cada vez que se lanza al vacío, más aún cuando uno se fija en la fría estadística: un muerto de cada 60 saltos.

Reconoce a Jugones que el salto base es su pasión, un amor que viene de la necesidad de divertirse. Su familia sufre, pero lo entiende: "Me apoya y me ayuda".

Álex Villar no entiende su vida sin el salto base, una vida al límite... de la montaña.