Antoine Griezmann estaba completamente seco fuera de casa con el Barcelona. Estaba incluso en duda, después del partido de Dembélé ante el Sevilla y ante los supuestos problemas que tiene de entendimiento con Lionel Messi. Ante el Eibar, el galo se quitó las cadenas y las correas, y fue sin duda el gran protagonista en la victoria por 0-3 de los azulgranas.

Por los números, claro está, pero también por lo que no se ve tanto o por esas cosas que luego, a final de temporada, van a contar más bien poco. Porque Griezmann fue algo que tan solo había sido en unos pocos partidos o en unos pocos minutos. Fue uno más del tridente. Fue, por fin, un 'tercer hombre' perfectamente adaptado al fútbol del Barça y a Luis Suárez y a Lionel Messi.

Escorado en la izquierda, pero tendiendo al centro. Esa era la idea. La plasmó en el verde con combinaciones rápidas y al primer toque, con intensidad en ataque y con colocación. Y también con verticalidad. El 0-1 fue prueba de ello. Pelotazo de Lenglet desde su casa, inteligencia para leer el posible fallo del rival y calidad en la definición por el palo de Dmitrovic.

Con eso se quitó presión a buen seguro. Por más que se diga, la presión siempre está ahí cuando las cosas no salen como uno quiere que salgan. Siguió a lo suyo en la primera parte tras su diana, y de no ser por el arquero eibarrés, y con De Jong de maestro de ceremonias, bien podía haber caído un gol más del galo.

Lo que cayó fue una asistencia, y para Messi, que siempre viene de lujo eso de 'caer bien al jefe'. Fue además en una acción combinativa 'made in Barcelona'. De Jong para Suárez, éste para Antoine y de una sutil forma finalmente el cuero le fue a Messi. Pase a la red, 0-2 y partido resuelto.

Luego llegó el tercero, y en el transcurso de los 90 minutos un muy buen Griezmann con el que sí se pueden frotar las manos en el Camp Nou. Regularidad, esa es la palabra clave para un jugador que en el Atlético tuvo grandes encuentros y otros en los que apenas se le veía.