Si hubo un protagonista en la final entre el Sevilla y el Barcelona fue Andrés Iniesta. El manchego bien pudo jugar su última final de azulgrana en el Wanda, y ni mucho menos defraudó su actuación en el verde. Exhibición de juego, de regates, de magia, de pases y un gol para culminar un partido que acabó con él recibiendo el merecido aplauso del respetable... y con sus lágrimas en el banquillo culé.

Y es que Andrés Iniesta es todo un símbolo, tanto por lo que hace en el campo como por cómo es fuera. Su gol en el Mundial 2010, dando la primera estrella a España, y su recuerdo para Jarque dejaron huella, como huella ha dejado él en el Barça y en el fútbol español.

Las dos aficiones, la de Sevilla y Barcelona, se lo reconocieron. Y a buen seguro muchos hicieron lo mismo que ambas parroquias, aplaudiendo al 8 cuando fue sustituido por Denis Suárez.

Tras tal mezcla de emociones, llegaron las lágrimas. Las de Iniesta, en el banquillo del Wanda. Con los ojos llorosos veía el de Fuentealbilla los minutos finales de un encuentro que acabó 0-5, y que le llevó directo al palco para recibir la Copa del Rey de manos de Felipe VI.