A la Bella Durmiente no sabían de qué color hacerle el vestido. Porque el rosa, a lo largo de la historia, ha sido blanco de las críticas. Una exposición en Madrid explica por qué. "Es un estereotipo contemporáneo, el rosa no es un color de princesas", afirma Juan Gutiérrez, comisario de la exposición 'La vie en rose'.
"Ese rosa es algo comercial que nos viene de América", añade Lucina Lorente, responsable de Estudio de Tejidos del Museo del Traje. Del rosa se ha dicho que es cursi, femenino, frívolo y vulgar. Pero la historia lo desmiente: hubo un tiempo que simbolizó riqueza y poder. "Es un tinte carísimo, que el poder comprarlo ya establece una diferencia de clase social. Es un color vetado al pueblo por una cuestión económica", apunta Lorente.
En el siglo XVIII fue un color masculino pero, con el paso del tiempo, el hombre lo fue dejando de lado. El rosa sirvió incluso para señalar a los homosexuales en los campos de concentración nazis. Fue a partir de los años 50 cuando el rosa terminó por completo de fundirse con la figura femenina, salvo para Elvis y su Cadillac.
El marketing y la publicidad terminaron de fijar esa mentalidad del rosa para el mundo femenino. No solamente había ropa, sino también complementos, como por ejemplo: rulos, jabones y hasta gorros de ducha. Llegó a considerarse algo kitsch y hortera, como los flamencos de los jardines americanos. En los 80, el rosa se volvió rebelde.
"Con el punk, adquiere un carácter subversivo; precisamente, para sacarlo de ese contexto asociado a lo femenino", destaca Gutiérrez. Reivindicativo hasta nuestros días. Porque ya lo dice la canción y el nombre de esta muestra: la vida es rosa, de tantos como uno quiera.
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