Tras las primeras investigaciones parece que la última víctima conocida del Vesubio tenía al menos 30 años y una infección en una pierna. Quizá por eso no pudo huir y aunque sobrevivió a las primeras fases de la erupción, la nube piroclástica le sepultó. La explosión debió de ser tan fuerte que no pudo evitar mirar. En vez de escapar, murió observando la erupción del Vesubio.

La tragedia de Pompeya lleva impactándonos muchas décadas. Ni el mundo del cine ha dejado pasar la oportunidad para imaginar como pudo ser. Aunque no hace falta tirar de películas. Solo hace falta fijarse en los moldes humanos. Los hicieron con yeso los arqueólogos que encontraron la ciudad, rellenando los huecos que dejaron los cadáveres carbonizados en la lava una vez solidificada.

Fueron unos hallazgos tremendos porque por primera vez, la ciencia pudo comprobar las posturas que adoptan los seres humanos ante la muerte instantánea. No fue una muerte agónica por asfixia o quemaduras. Ningún cuerpo puede aguantar los más de 300º de la lava.

El Vesubio lo arrasó todo pero quiso conservar las huellas de su devastación para que hoy las estudiemos y no olvidemos el gran poder que oculta la naturaleza.