Nunca es tarde para volver a Tara, aquella fastuosa plantación de algodón de la familia O'Hara.

Su nombre y ella, la señorita Escarlata son 'Lo que el viento se llevó': una, si no la que más, de las películas más taquilleras de la historia.

"Fue la película perfecta, hubo todo un país entero buscando a Escarlata, la Escarlata de Atlanta, la de Nueva York. La gente iba por los pueblos haciendo concursos de quién podía ser Escarlata" ha destacado Guillermo Balmori historiador de cine.

El papel fue para una inglesa, Vivien Leigh. "A espaldas de su agente británico, se fue leyendo el libro en el barco desde Inglaterra a EEUU, se aprendió el papel de memoria", ha contado Jose Madrid, autor del libro Vivien Leigh.

Más de 300.000 personas se agolparon en la calle el día de su estreno en un teatro que sólo tenía asientos para blancos, por lo que los actores negros no pudieron asistir.

Lo que no impidió el imperante racismo de la época fue que una de sus actrices de reparto se llevase el Oscar ese año. Fue la primera actriz negra de la historia. "Es uno de los momentos más felices de mi vida", decía entonces Hattie McDaniel al recoger su Oscar a la mejor actriz de reparto.

La película, 11 años después, llegó a España. Se vio en los cines del antiguo Palacio de la Música de Madrid, donde se formaron largas colas a la entrada y donde se habilitó un servicio de guardería para que las madres pudiesen dejar allí a sus hijos durante la proyección.

Las entradas costaban desde 15 pesetas. "Había colas para ir a verla", cuenta un hombre.

En el 87, llegó a la televisión. "Las calles se quedaron vacías literalmente, tuvo como 20 millones de audiencia y todas las marcas querían estar ahí", ha añadido Jose Madrid.

En Antena 3 se vio en las Navidades de 1990. Madrid explica que hoy en día "hay cierta vergüenza a la hora de enseñar la película. Hollywood prefiere arrinconar 'Lo que el viento se llevó'".

Una historia de besos apasionados y clasismo explícito que, como Escarlata, ha sobrevivido 80 años después por encima de todo con una frase grabada para siempre en la historia del celuloide: "A dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre".