En la secuencia se ve como los protagonistas se miran, y a partir de ahí sobran las palabras porque con una intensa mirada se da comienzo a casi tres minutos donde sólo la música rompe el silencio. Es la historia de una obsesión en la que el protagonista, John, quiere hacer cambiar de aspecto a una joven dependienta, July, para que se convierta en Madeleine, la mujer fallecida de la que sigue enamorado.

Mientras esto se produce espera impaciente y nosotros con él porque aquí no hay cortes de cámara. La banda sonora, de Bernard Hermann, uno de sus fetiches, nos mantiene en tensión. "Construía sus películas prescindiendo de las palabra con una presencia del montaje importante" explica Pablo Llorca, comisario de la exposición 'Hitchcock, más allá del suspense'.

La escena continua y aparece una aparición fantasmal. El neón verde, no fue al azar, como casi nada en sus películas. Era color con el que se simbolizaba el mundo espectral en el teatro de los años 20. En la mujer, un rasgo fundamental, su pelo rubio.

55 películas y en casi todas aparece un beso. Siempre lujuriosos, como le gustaban al británico. 36 años después de su muerte sigue y seguirá siendo único. Amante del cine mudo podía contarlo todo sin que se dijera nada.