Entradas, palomitas, butacas y listos para disfrutar del cine. "Es una alternativa más para hacer algo distinto a lo de todos los días", afirma un hombre.

Lo que tienen de especial estos cines es que están en un pueblo pequeño, lejos de las grandes ciudades, allí donde nadie se atrevería a abrir una sala. Nadie, excepto Joaquín, que lleva años apostando con éxito por un negocio en extinción.

Empezó abriendo un cine en Peñaranda de Bracamonte, en Salamanca y poco a poco ha llevado la magia de las películas a 16 pequeños pueblos de España. "El secreto de mi empresa es muchos pocos, hacen un mucho, porque se me pueden caer dos, pero nacen a lo mejor otros dos", cuenta Joaquín.

Nacen gracias a la gente que confía en la fórmula de Joaquín. Con precios desde cinco euros y programaciones para todos los públicos, el cine rural promete seguir proyectando por muchos años.