Inicio del siglo XX. El arte, tal y como se conoce, ha muerto. En 1917, Marcel Duchamp encubierto bajo el seudónimo de R. Mutt, presenta en una exposición organizada por la Sociedad de Artistas Independientes un urinario, al que titula 'Fuente'.

La exposición incluiría todo tipo de obras, sin censura alguna. Esto en teoría, porque intentaron retirar ese urinario firmado por un tal R. Mutt que nadie conocía.

Duchamp, confesó entonces su autoría y 'Fuente' regresó a la exposición, demostrando, así, que en el mundo del arte, esta se acababa imponiendo al objeto artístico.

Fue también rompedor en otro aspecto: era la primera vez que un objeto mundano, no producido por la mano del artista, entraba dentro del circuito de arte. La realidad se colaba en el museo.

A esos objetos los llamó "ready mades", porque ya estaban hechos de antemano. Y, habiéndolos escogido Duchamp, se convertían en caras piezas de museo.

Entonces dijo: "Dejo el arte para dedicarme al ajedrez". Es decir, dejaba el arte decimonónico y figurativo para poner de relieve la idea, el concepto. Desde entonces, las fronteras del arte se abrieron.

En 1952, el pianista John Cage realiza un concierto en Nueva York para presentar una nueva pieza. Exactamente cuatro minutos 33 segundos de silencio, dejando que la respiración, las toses, las voces de los asistentes llenasen la sala. Y esa era la obra, otra vez, la introducción del mundo cotidiano en el espacio artístico.

Andy Warhol reproduce en 1962, mediante la técnica de la serigrafía, 32 latas de sopa Campbell. A esas alturas, a nadie le extrañó demasiado.

Más provocativo fue Piero Manzoni y su 'Mierda de artista', que reiteraba el mensaje contra la deificación del artista. Con esta 'obra' demostró que los coleccionistas de arte son capaces de gastarse 245.000 euros por una lata rellena de las heces de su artista favorito. Eso sí, Manzoni se embolsó el dinero.

Y ahí es donde está la contradicción. Artistas que van en contra de la autoría del artista y de la institucionalización de las obras, en favor de ampliar el concepto de arte, para finalmente acabar cayendo en aquello que tanto critican.

Así que cuando Maurizio Cattelan vende en ArtBasel-Miami un plátano pegado con cinta aislante a la pared por 108.000 euros, no está inventando nada nuevo.

Ni siquiera cuando un visitante con hambre se lo come y el artista alude a que el plátano es perfectamente sustituible por otro, porque lo que importa es la idea.

Lo más sorprendente de todo esto, en realidad, es que aún habiendo pasado ya un siglo desde que Duchamp crease el "ready made", todavía estas cosas nos siguen produciendo indignación.